Se dice que es el mejor de América Latina, que tiene destacables índices de eficiencia y que su fortaleza es equivalente a la de Austria, Alemania y Japón. Es nuestro sistema financiero. Orgullo patrio, sin duda.
Pero resulta paradójico que en tan loable mercado no sea posible comparar fácilmente dos productos, una premisa básica para que un mercado opere en forma competitiva. Así ocurre, por ejemplo, en los créditos de consumo, donde la existencia de variados costos asociados a una compra, en adición a la ya alta tasa de interés (la que muchas veces juega al borde de la tasa máxima convencional), impide saber inmediatamente el costo real para el cliente. Si esto es difícil, para qué hablar de comparar dos alternativas.
Particularmente en el caso de las tarjetas de crédito no bancarias, existen una serie de cobros adicionales que el cliente debe pagar, tales como comisiones por avances en efectivo, por compras en cuotas, por mantención de la tarjeta, etc. Un estudio independiente señala que al agregar los costos por transacción (es decir, costos directamente asignables a una compra), el rango de tasas puede ir entre un 40% y un 137% anual. Y si se agrega una proporción de los costos de mantención anuales, en función de la cantidad de compras que realice en el año, el cliente puede perfectamente llegar a pagar el doble del costo original en tan solo 12 meses. Si consideramos los créditos de consumo bancarios, la diferencia entre el monto del crédito y el monto líquido que recibe finalmente el cliente, significan varios puntos más en la tasa efectiva que éste paga. Increíble, pero cierto, en el mismo mercado tan galardonado.
No nos confundamos. Los cobros escapan a cualquier índice de riesgo que pudiera tener el cliente. De hecho, la contraparte, la alta rentabilidad sobre el patrimonio, que en sólo seis meses ya registraba un 14% (¡no anualizado!) en el caso de las tarjetas no bancarias, también refuerza el punto.
Por lo tanto, resulta urgente que, a la par de avanzar en medidas pro-competitividad, se disponga de un indicador básico de comparación que incluya todos los costos relevantes de un crédito y su costo de oportunidad. Este indicador es la tasa de interés efectiva (o financieramente, la TIR del cliente), equivalente al Annual Percentage Rate utilizado en Estados Unidos.
El año 2006 la SBIF se propuso fiscalizar a las tarjetas de crédito no bancarias. Esta es la mejor fiscalización que la SBIF puede hacer: un buen sistema de información al público, con un monitoreo periódico, no solo para ciertos períodos del año, como típicamente son las compras de marzo o fin de año.
El impacto no será menor: en Chile la cantidad de tarjetas de crédito no bancarias vigentes es de unos 21,5 millones, mientras que las tarjetas de crédito bancarias alcanzan los 5 millones. 8,3 millones de los plásticos no bancarios efectúan mensualmente 19,3 millones de transacciones. Estos mismos clientes estarían muy agradecidos de disponer de una guía que los ayude a decidir cuál crédito es más conveniente.