https://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2022/02/22/febrero-en-santiago-y-urbanismo/
Se estima que Santiago ya superó los
7 millones de habitantes y que la superficie de la ciudad (mancha urbana) es de
unas 114.700 hectáreas. La densidad, por lo tanto, sería 61,24 habitantes por 1
hectárea (hab/ha), que es lo mismo que decir que hay unos 163 metros cuadrados
de espacio urbano por habitante.
Se puede apreciar que, por ejemplo, la
densidad (hab/ha) promedio de ciudades con más de 500 mil habitantes es 27,9 en
Francia; 26,4 en Alemania; 29,7 en Italia; 49,7 en Reino Unido; 24,1 en Canadá;
y un sorprendente 11,95 en Estados Unidos. Es decir, estamos hablando de
densidades muy, muy bajas.
La ciudad más densa del mundo es
Dhaka (Bangladesh): 16,8 millones de personas viven en solo 45.583 has (menos
de la mitad de la superficie de Santiago; 40% para ser exacto, ¿se imagina eso?),
lo que da una densidad de 369 habitantes por hectárea. Una locura. Por otra
parte, las ciudades que están en el top de ranking de calidad de vida tienen
densidades muy bajas (55 en Viena, 27 en Vancouver, 28 en Copenhague, 36 en
Oslo, 27 en Auckland y 38 en Zúrich).
La conclusión es clara e irrefutable:
países con alto PIB per cápita se caracterizan por tener ciudades con baja
densidad poblacional. Es decir, ciudades con alta calidad de vida ofrecen, en
general, más espacio urbano a sus habitantes. Esto ocurre porque a mayor
ingreso, se demandan casas más grandes, segunda vivienda, más autos, parques,
avenidas y espacio urbano en general, bienes con elasticidad ingreso mayor a 1,
efecto que complementa la demanda de suelo por crecimiento de la población. En
ciudades de países pobres, con baja calidad de vida, sus habitantes viven
apiñados; tienen un déficit de vivienda e infraestructura.
Si fuésemos un país desarrollado y Santiago
estuviese bien planificado desde un inicio, su superficie actual debería ser a
los menos el doble. Toronto, por ejemplo, tiene casi 7 millones de habitantes y
el tamaño de la ciudad es el doble de Santiago. Resultado: densidad de 30,3
hab/ha.
La gente se agrupa en ciudades dados
los beneficios que ésta entrega, convirtiendo a la ciudad en una gran unidad
productiva. Pero los beneficios de la concentración también traen aparejados
desventajas. La problemática urbana, por lo tanto, está en el manejo (más)
eficiente de las externalidades positivas y negativas que genera la
ciudad. Santiago es un ejemplo de un mal manejo de las
externalidades urbanas negativas, dentro de las cuales se destacan la
congestión y la contaminación. Perder 3 horas al día (o más) en trasladarse en
hora peak tiene un costo de
oportunidad altísimo. ¡Enhorabuena teletrabajo!
Una eficiente política urbana es
aquella que hace competir a las ciudades por captar a sus “clientes”
(habitantes). Esto favorece la descentralización. Pero para que las ciudades
compitan entre sí, se requiere que cada una tenga una mínima infraestructura interna
y accesibilidad, junto con adecuadas megaobras de conectividad entre ellas. Así,
una eficiente política urbana que genere dicha competencia entre ciudades,
haría crecer positivamente aún más el segundo y el tercer centro urbano del
país, que hoy están muy por lejos del tamaño de Santiago (lo cual es una
muestra clara del desequilibrio): Valparaíso-Viña tienen 866 mil habitantes en
unas 15.800 hectáreas; Concepción tiene 849 mil habitantes en 19.400 hectáreas.
Por supuesto, una política urbana
eficiente requiere librarse de prejuicios y creencias erradas. Una de ellas, a
nivel general y especialmente a nivel de urbanistas y arquitectos, es que la
extensión de la ciudad es mala per sé.
Normalmente cuando se expone sobre ejemplos de ciudades modernas, se enfatizan
las “soluciones” con hermosos rascacielos que comparten “amigablemente” con su
entorno. Esto podría estar bien como solución a problemas puntuales, pero la
visión global, como solución integral de la ciudad, podría apuntar a una
dirección totalmente opuesta a la densificación que se promueve como
un mantra. Debemos tener muy claro que, en la medida que nuestro país converja
al desarrollo, sus ciudades requerirán, necesariamente, expandirse (muy
probablemente Santiago a una tasa menor que el resto, pero igual se seguirá
expandiendo).
Como el mundo inmobiliario no repara
mayormente sobre la visión global comentada en el párrafo anterior, sino que
maximiza su beneficio de acuerdo a lo permitido por el Plan Regulador, es
entonces el Plan Regulador el “responsable” de planificar la ciudad con una
visión de largo plazo. Y aquí fallamos: vemos desde planes reguladores
obsoletos (¿sorpresa con que el poco espacio urbano que queda lleva los precios
del terreno a las nubes?) hasta planes que demoran varios lustros en aprobarse,
pasando por la especulación por el cambio de uso de suelo.
A la mayor demanda de suelo producto
del mayor ingreso general que tendrá nuestro país en su camino al desarrollo,
se debe enfatizar que serán los segmentos más pobres de la población los que
proporcionalmente tendrán un aumento mayor en su ingreso. La tasa de
motorización seguirá aumentando, independiente de los esfuerzos que se hagan
por mejorar el transporte público, y habrá una importante demanda por recambio
de casas y su entorno, debido a la obsolescencia económica que ocurre mucho
antes que la obsolescencia física. Santiago ya es una ciudad colapsada, si no
se prepara para lo que inevitablemente se viene, nos pareceremos más a las
ciudades del tercer mundo que a Toronto o Viena.
¿Y qué tiene que ver febrero con todo
esto? Supongamos que en el peak de vacaciones en febrero implica
que unos 1,5 millones de santiaguinos salen de la ciudad. La densidad caería a
unos 48 (hab/ha). Por eso es tan agradable Santiago en febrero. ¿Podría ser así,
o incluso mejor, todo el año?
Iván Rojas B.