El columnista D’Artagnan (http://www.dartagnan.cl/frmVistaOne.aspx?id=78) ha
manifestado con gran agudeza que el actual modelo económico en Chile es una
derivación maligna del original, donde progresivamente se llegó a un equilibrio
no competitivo y de mucho lobby. Un Equilibrio –como lo llama el mosquetero- de
la mediocridad. Y como se trata de un equilibrio de intereses creados, los
principales actores “harán todo lo posible por mantener el statuo quo”. Es más, el espadachín señala que “muchos encuentran
–convenientemente- que el “modelo” actual es positivo y no se dan cuenta de las
fallas, más allá de las cómodamente evidentes”. Entonces, la pregunta “¿hacia
dónde corregir?”, es muy relevante.
Me permito aplicar dicho análisis
al sistema de pensiones. Hoy existe un cuestionamiento e indignación
transversal por el fruto del sistema: las bajas pensiones. Ese es el síntoma
central, hasta ahora. El diagnóstico, por desgracia, difiere dependiendo de
quién sea el opinante. Al no haber claridad ni coincidencia en el diagnóstico,
las soluciones propuestas (si es que verdaderamente existen) van de la A hasta
la Z, y son contradictorias entre sí. Es así como algunos abogan por eliminar
las AFP y volver al sistema de reparto, mientras que otros defienden el sistema
y dicen que no hay que ceder a la tentación del populismo.
Si la pauta de evaluación es que
el sistema se autofinancie en gran parte, el sistema de capitalización
individual fue una buena idea en relación al insostenible sistema de reparto. Pero
tampoco es la solución a un problema que es esencialmente demográfico: la
sobrevida en la tercera y cuarta edad. El mercado de capitales no tiene
atributos para dar una solución integral. Aquí ha estado el gran error: cayeron
en la trampa del retorno esperado y en el plazo de inversión para proyectar
flujos y llegar a resultados cuyas tasas de reemplazo fueron interpretadas como
promesas implícitas. Y dicha promesa hoy
se percibe como un derecho adquirido: una pensión digna, entendida como un porcentaje
relativamente alto del promedio de los ingresos al final de la vida laboral.
En vez de operar en ambiente
seguro - lo más racional, tratándose de las pensiones- se ocultó una parte
importante del cuento: que existe una cierta probabilidad de terminar con un
fondo acumulado menor que la suma lineal aportada y que la proyección segura
del valor futuro (esto es, usando una tasa libre de riesgo) lleva a la
conclusión ineludible que las cifras NO dan para cumplir lo prometido, y por lo
tanto, el sistema de AFP es un sólo un complemento a otras alternativas de
ahorro y a otras fuentes de recursos que las personas deben prever. Esto, hasta
ahora, no se ha dicho. Y no es válido que los expertos se excusen en que las
variables proyectadas no se dieron, porque en sus cálculos olvidaron los
conceptos de equilibrio y el abanico de riesgo/retorno, de la dominancia, el
Equivalente Cierto, la eficiencia de mercados y, quizás lo más importante, que
por diseño del sistema le estaban pidiendo peras al olmo.
Entonces, la desilusión podría
hacer entendible que se quiera volver al sistema de reparto. Pero esa bola de
nieve solo aumenta el déficit que se deberá financiar –adivine- con impuestos…
si es que no explota antes.
¿Qué hacer? Mayor libertad
La única forma en que el sistema actual
pueda compensar las variables exógenas que no son de su responsabilidad (mayor
esperanza de vida, lagunas previsionales y nivel de ingresos), y lograr
pensiones equivalentes a un 70% del sueldo promedio de los últimos años, es
postergar en por lo menos 5 años la edad de jubilación y, como mínimo, duplicar
el porcentaje de descuento actual. Ambas en paralelo. Lo impopular de estas
medidas las hace impracticables.
Las condiciones actuales de nuestra
economía son radicalmente distintas a las que existían cuando se diseñó el
sistema, particularmente en lo que se refiere al riesgo país y retorno de las
inversiones. Estas condiciones que revalorizaron los activos por una sola vez, no
se van a volver a repetir. Alardear de retornos pasados para validar el modelo
tal vez nunca ha sido tan irrelevante para las rentabilidades futuras.
En este contexto, la opción de
retirar los fondos a la edad de jubilar debe ser analizada en serio y como una
real alternativa que puede legitimar el sistema. En columnas anteriores he
propuesto que se permita retirar el exceso que garantice la pensión mínima, de
tal forma que el Estado se cubra si la persona malgasta su dinero (preocupación
que muchos tienen pero que personalmente no comparto).
Los modelos se supervisión amparados por
la Autoridad son ineficientes e incluso contraproducentes. No apuntan a dar
certeza en el pago de las pensiones. No están cumpliendo su rol, porque si las CSV
valorizaran sus pasivos siguiendo pautas puras libres de riesgo terminarían con
patrimonio negativo. Si a esto agregamos que las CSV castiguen sus activos
aplicando el Equivalente Cierto de cada uno y exigir un Estado de Resultado
Económico ajustado a cero riesgo, la situación empeora.
Cuando esta olla se destape
completamente (la Autoridad y las CSV ya lo saben muy bien), ya no habrá
100.000 personas marchando. Y esa marcha exigirá responsables, porque los
tiempos no están para jugar con la ciudadanía. Y se sembraron vientos…
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