Hace unos días escuché la lectura de un profesional universitario por casi una hora. Pésima lectura: no leía por frases, sino por palabras, haciendo perder el sentido de la oración. Costaba seguir la idea de lo que estaba diciendo debido a las pausas innecesarias.
Coincidentemente ayer leí un artículo en La Tercera donde señalaba que un 46% de los universitarios no entiende lo que lee, asociado a que un 33% no lee nunca o casi nunca. ¿Qué queda para el resto? Las cifras son alarmantes: un 85% de los chilenos entre 16 y 65 años tiene nivel de lectura 1, es decir, con dificultad puede leer y comprender una etiqueta de un producto; un alumno norteamericano lee el doble de lo que lee un chileno; y el 25% de los egresados universitarios chilenos alcanza un nivel de lectura 4 a 5 (capacidad de inferir y generar nueva información en base a lo leído), mientras que dicha cifra es de 60% en Estados Unidos.
Buscando información adicional pude ver que el porcentaje de la población relevante con educación superior en Chile es de sólo 11%. El porcentaje de alumnos en Chile que obtiene un nivel de excelencia (nivel 5 de lectura) es de un 1,6%.
Impresionante. Pero sin ánimo de bajarle el perfil a las cifras (y asumiendo que están bien calculadas), creo que hay que mirarlas en su justa perspectiva. Comparar a secas el nivel educacional de un chileno con el de otros ciudadanos de países desarrollados no estaría del todo correcto. Una de las variables más importante (si no la única variable relevante) es el ingreso. El ingreso explica este diferencial de educación incluso a nivel nacional, por ejemplo, la cobertura de la educación superior es de 74% para el quintil de mayor ingreso en Chile (2003), mientras que es de sólo 15% para el quintil más pobre. A nivel internacional ocurre algo similar. Es obvio que entre más desarrollado es un país, la calidad de su capital humano es mejor en todo aspecto. Entonces, para ver qué tan mal estamos en educación frente a un alemán o a un estadounidense (que tienen un producto per cápita más del triple del nuestro), deberíamos ajustar por nivel de ingreso, o compararnos con países similares. A la inversa, no tiene ningún sentido comparar nuestro capital humano con el de Ruanda, por ejemplo. Es necesario comparar peras con peras y manzanas con manzanas.
En conclusión, nuestro capital humano no es tan malo como se ve a primera vista. Un ejercicio simple que me dieron una vez: supongamos que a todos los chilenos los llevamos a California. Asumamos que saben inglés, ¿en cuánto tiempo lograrían alcanzar la productividad media de un trabajador local? ¿5 años, 10 años, 15 años? Esa es la verdadera brecha.
Si Ud. puede leer, comprender, redactar correctamente y explicar “de corrido” este breve texto, duerma tranquilo.
lunes, 30 de julio de 2007
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2 comentarios:
Excelente comentario, pero me gustaría que incluyeras las políticas de cada país con respecto a la educación. Creo que además del ingreso per cápita de cada país también influyen las políticas educacionales que estos tengan, aprovechando que el gobierno está evaluando las ideas de reforma educacional de la derecha, podríamos comentarlas un poquito jijiji
Además como tu manejas mas el tema de los impuestos me gustaría que me expliques, el porqué del impuesto al libro??, crees que influye en el nivel de comprensión de los Chilenos?
Gracias Jecka.
Tendré en cuenta tus palabras para futuros comentarios. A priori, la racionalidad económica detrás de un impuesto es desincentivar el consumo de este porque es un "mal", por ejemplo, cigarros, alcohol, contaminación (bencina), etc. El propósito de los impuestos específicos NO es recaudar dinero, sino lo que te comentaba anteriormente. Desde este punto de vista, un impuesto al libro carece de racionalidad económica. Con todo, no creo que influya significativamente en la capacidad de comprensión de los chilenos.
Saludos,
Iván
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