La “preocupante” caída del dólar ha hecho que salgan una serie de anuncios para enfrentarlo. Uno de ellos, por ejemplo, es que los exportadores tengan contabilidad en dólares y paguen sus impuestos en dicha moneda. Medida que “va en la dirección correcta”, comentan algunos economistas. (Un comentario al margen: “...eso sí, que si el dólar sube, sigan pagando sus impuestos en dólares”, me dijeron).
Pero dado que la volatilidad en el tipo de cambio, y en especial la apreciación del peso –que debería continuar– generan tanto nerviosismo en algunos agentes, políticos y autoridades, ¿qué pasaría si dolarizamos?
Entre los beneficios, obviamente estaría la eliminación de la incertidumbre cambiaria peso-dólar (no así con otras monedas) y menores costos de transacción. Pero probablemente es el beneficio más importante el que menos se ve a simple vista (¿porque no es contable?): converger a la institucionalidad de Estados Unidos, que va más allá de tener una misma tasa de inflación o de interés, por ejemplo. Implica adoptar regulaciones o estructuras económicas del país al cual se quiere “imitar”, que por definición es eficiente. De hecho, el crecimiento que tuvieron los países más atrasados en su incorporación a la Unión Europea prueba lo anterior.
Los principales costos de dolarizar son, por un lado, la pérdida del instrumental cambiario como herramienta de ajuste para el país (especialmente si los precios y salarios no son flexibles, como es el caso chileno), y por otro lado, la ausencia de la política monetaria (un Banco Central autónomo), válida en el corto plazo.
En síntesis, conviene empezar a discutir en serio una dolarización en nuestro país, analizando sus beneficios y costos, sin descartarla per sé, como suele ocurrir. Resulta una muy buena idea –no nueva, por cierto– para que nuestro país en relativamente poco tiempo gane una real competitividad y eficiencia, a la altura de las ligas mayores.
Al final, nuestro PIB per cápita va a reflejar necesariamente esta mejor situación.
Pero dado que la volatilidad en el tipo de cambio, y en especial la apreciación del peso –que debería continuar– generan tanto nerviosismo en algunos agentes, políticos y autoridades, ¿qué pasaría si dolarizamos?
Entre los beneficios, obviamente estaría la eliminación de la incertidumbre cambiaria peso-dólar (no así con otras monedas) y menores costos de transacción. Pero probablemente es el beneficio más importante el que menos se ve a simple vista (¿porque no es contable?): converger a la institucionalidad de Estados Unidos, que va más allá de tener una misma tasa de inflación o de interés, por ejemplo. Implica adoptar regulaciones o estructuras económicas del país al cual se quiere “imitar”, que por definición es eficiente. De hecho, el crecimiento que tuvieron los países más atrasados en su incorporación a la Unión Europea prueba lo anterior.
Los principales costos de dolarizar son, por un lado, la pérdida del instrumental cambiario como herramienta de ajuste para el país (especialmente si los precios y salarios no son flexibles, como es el caso chileno), y por otro lado, la ausencia de la política monetaria (un Banco Central autónomo), válida en el corto plazo.
En síntesis, conviene empezar a discutir en serio una dolarización en nuestro país, analizando sus beneficios y costos, sin descartarla per sé, como suele ocurrir. Resulta una muy buena idea –no nueva, por cierto– para que nuestro país en relativamente poco tiempo gane una real competitividad y eficiencia, a la altura de las ligas mayores.
Al final, nuestro PIB per cápita va a reflejar necesariamente esta mejor situación.
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