En los últimos días, como país hemos enfrentado algunos eventos que, en apariencia no relacionados, nos dicen mucho sobre la sociedad que estamos construyendo.
Está, por ejemplo, el caso Pitronello, cuyo acto no fue calificado como terrorismo. Medalla de oro para su defensa: a los más, el joven de la risa festiva había transportado explosivos sin permiso. “No se probó que quería crear temor en la población”, señaló el juez en la lectura del fallo. En pocas semanas más -ojalá me equivoque- el caso será olvidado y, en una de esas, si la suerte ayuda, archivado.
En los juegos olímpicos, nuestro desempeño como país ha sido, reconozcámoslo, un fracaso. Últimos en el ranking de medallas (la forma más objetiva de medir, y la que queda en las estadísticas). Cero. Nada de nada. No se explica ni por PIB per capita, población, estación del año, ni por cualquier otra variable que queramos inventar. Mejor que nosotros les fue a países como Afganistán, Guatemala, Botswana, Chipre, República Dominicana, Puerto Rico, Venezuela y Etiopía. Y perdónenme por no ser políticamente correcto, pero por muy meritorio que haya sido lo de Tomás González (mérito personal puro, y algo de ayuda posterior, cuando era “sandía calada”), no nos vayamos a creer el cuento. ¡Y dejemos de hablar del príncipe del cuatro lugar! No existe la medalla de cobre. No la inventemos. Me tinca que al joven atleta no le gusta que lo llamen así.
Finalmente, está el caso Enersis. Una operación, que conceptualmente tendría sentido para maximizar el valor de la compañía, se ha visto enredada por varios temas. Uno de ellos ha sido el rol del directorio, que mantuvo por largos días un silencio sobrenatural. Como era una transacción con partes relacionadas, en su opinión, no podían pronunciarse. Estaban impedidos por ley. ¿Cómo está esa? Es exactamente en situaciones difíciles donde uno espera que los líderes tengan un rol relevante. Por lo que yo sé, el directorio debe velar por los intereses de todos los accionistas. Y para ello, a veces se deben quebrar huevos. Y aquí no se vio. Al contrario, usando la estrategia del enojo y sintiéndose ofendidos, pareciera que algunos estaban más preocupados de su imagen, de su intachable trayectoria y del tal popular “que dirán”. Cara e´ palo. No nos quejemos de las caricaturizas que se han hecho. Me ofrezco para ser buzón por la mitad de la dieta. Esa pega no debe ser tan difícil, se lo aseguro.
Los hechos anteriores están conectados. Nos dicen lo que no queremos ver: lo penca que somos como país. Porque la lista sigue: créditos que bien calculados exceden
Muchas veces creemos que lo estamos haciendo bien; pocas veces hacemos un diagnóstico claro que, aunque duro, nos permitiría tomar acciones correctivas (en el ámbito político y económico, ¡mayor competencia!). No vaya a ser que nuestro país siga viendo como otros países atrasados nos adelantan. No vaya a ser que nuestro país se convierta en el eterno príncipe de los cuartos lugares.
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