Hasta hace muy poco tiempo atrás,
evaluar el negocio “taxi” seguía una metodología implícita o explícita -digamos,
tradicional- donde la principal inversión era la patente de taxi, cuyo monto excede
varias veces el valor del auto. El hecho de que haya taxis circulando hace
suponer que el valor presente de los flujos netos esperados compensa las
inversiones. El hecho de que se transen las escasas patentes a un alto precio
refleja que éstas captan parte importante del Valor Actual Neto (VAN) del
proyecto. Pero hoy, con el fenómeno Uber a cuestas (y otros más), ¿invertiría
usted sus ahorros en una patente de taxi?
Hay, a lo menos, dos moralejas
que la destrucción creativa provocada por la revolución tecnológica tiene para
los analistas que valorizan empresas y dan recomendaciones de inversión.
También para aquellos que compran la pomada que ellos venden, auditores,
clasificadores de riesgo y autoridades que supuestamente supervigilan.
Primero: Amenaza. ¿Existe alguna
empresa inmune a la revolución tecnológica que estamos viviendo? Ninguna. ¿Estarán vivas las actuales empresas triple A
en 5 ó 10 años más? Los cambios tecnológicos de los próximos 10 años serán
considerablemente mayores que los vividos en los 10 años anteriores. Nadie
tiene la supervivencia comprada. Nadie. Este simple hecho debe poner la nota de
cautela sobre el horizonte de estimación de flujos y los múltiplos de
valorización utilizados; también debe ser una alerta sobre el plazo de emisión
de bonos que, dicho sea de paso, después compran las AFP y Compañías de Seguros
de Vida, ambas jugando nada menos que con los ahorros de terceros.
Segundo: Costo de Reposición. ¿Cuánto
cuesta rehacer desde cero una empresa con nuevas tecnologías? Estamos hablando
de una nueva función de producción, sin las actuales estructuras pesadas de
costos fijos y a costos variables que son una fracción de los hoy vigentes. A
priori, un alto techo para replicar la empresa debería ser el capital contable,
como tope. Si resulta que hacer una empresa nueva tiene un costo
considerablemente menor que el valor actual del activo (deuda más patrimonio
bursátil), entonces, el precio de la acción estaría caro para la flor y nata de
nuestras joyitas en bolsa. ¿Qué justificaría el excesivo precio de la acción? Esa
pregunta la debería responder el Directorio en la junta de accionistas. Dos hipótesis:
a) nada impide que hoy se “clone” la compañía con tecnología moderna y, por lo
tanto, el excesivo precio de la acción se sustenta por aire, porque basta el
sólo hecho que se pueda hacer la empresa nueva, para anticipar sus efectos; b) la
compañía no está sujeta a competencia de verdad y opera en un mercado
imperfecto, el que sustenta sus rentas anormales... un veranito de San Juan.
Valorizar una compañía impone un
desafío cada vez más difícil. Se trata de determinar un VAN del proyecto
empresa coherente con la destrucción creativa y condiciones de real
competencia. Aquí es aconsejable pecar de cautos y ser prudentes en los
parámetros utilizados y en las estimaciones, en vez de seguir la receta común
de proyectar flujos en función de una tasa de crecimiento dada por las
inversiones anunciadas, entre otros. Llegar y arrastrar las celdas en Excel es
muy fácil. Parece que hoy es suicida no solamente comprar una patente de taxi. El
primer analista que diga “El Rey está desnudo” y se salga de la manada de los
lugares comunes, se llevará todos los galardones.
Iván Rojas Bravo
No hay comentarios:
Publicar un comentario