lunes, 27 de febrero de 2017

Febrero en Santiago. Parte II





 

Santiago no es tan grande como se piensa. Y vivimos achoclonados si nos comparamos con ciudades de mejor calidad de vida. Lo que pasa en febrero es una muestra evidente.

Santiago es un ejemplo de un mal manejo de las externalidades urbanas negativas, dentro de las cuales se destacan la congestión y la contaminación.

Una eficiente política urbana es aquella que hace competir a las ciudades por captar a sus clientes (habitantes). Esto favorece la descentralización. Pero para que las ciudades compitan entre sí, se requiere que cada una tenga una mínima infraestructura interna y accesibilidad, junto con adecuadas megaobras de conectividad entre ellas. Así, por ejemplo, probablemente se llegaría a la conclusión que Santiago necesita extender su red de metro ahora (aún más), que el aeropuerto actual es más adecuado dejarlo sólo para vuelos nacionales (y no cometer el error que el nuevo proyectado quedará obsoleto cuando se inaugure), que se debería hacer un tren Santiago- Gran Valparaíso, etc.

Existe la creencia, a nivel general y especialmente a nivel de urbanistas y arquitectos, que la extensión de la ciudad es mala per sé. Normalmente cuando se expone sobre ejemplos de ciudades modernas, se enfatizan las “soluciones” a problemas puntuales con hermosos rascacielos que comparten “amigablemente” con su entorno. Esto podría estar bien, pero la visión global, como solución integral de la ciudad, podría apuntar a una dirección totalmente  opuesta a la densificación, que tanto se promueve. Como se señaló, Santiago es chico para la cantidad de habitantes que alberga, y por eso no es de lo más grato vivir aquí. Y en la medida que nuestro país converja al desarrollo, sus ciudades requerirán, necesariamente, expandirse.

Como el mundo inmobiliario no repara mayormente sobre la visión global comentada en el punto anterior, sino que maximiza su beneficio de acuerdo a lo permitido por el Plan Regulador (exagerando, si esto le permite hacer una torre de cien pisos, bienvenido sea), es entonces el Plan Regulador el responsable de planificar la ciudad con una visión de largo plazo. Y aquí fallamos: vemos desde planes reguladores obsoletos (¿sorpresa con que el poco espacio urbano que queda lleva los precios del terreno a las nubes?) hasta planes que demoran varios lustros en aprobarse, pasando por la especulación –de la buena y de la mala- por el cambio de uso de suelo.

A la mayor demanda de suelo producto del mayor ingreso general que tendrá nuestro país en su camino al desarrollo, se debe enfatizar que serán los segmentos más pobres de la población los que proporcionalmente tendrán un aumento mayor en su ingreso. La tasa de motorización se duplicará, por lo menos, independiente de los esfuerzos que se hagan por mejorar el transporte público, y habrá una importante demanda por recambio de casas y su entorno, debido a la obsolescencia económica que ocurre mucho antes que la obsolescencia física.

La problemática urbana es quizás el problema microeconómico más relevante dada su relación directa con el bienestar de la gente. Un correcto análisis pasa por establecer la(s) correcta(s) función(es) objetivo a optimizar, que incluyan los parámetros de externalidades, positivas y negativas; aquí se requiere un trabajo mancomunado de economistas, matemáticos y urbanistas. Por fortuna tenemos gente de la talla de Echenique, Bresciani, Galetovic y Poduje, que tienen esta visión global. El punto es que los que cortan el queque le hagan caso de una vez por todas.

 

Iván Rojas B.

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