http://www.elmostrador.cl/mercados/2018/06/04/un-pais-sin-isapres/
Si
la reciente propuesta del presidente Piñera relativa a eliminar la
discriminación por sexo en los planes de Isapres -donde los hombres pagarán “un
poco más” y las mujeres “un poco menos, con el fin de equiparar costos-, se
hubiese hecho en el gobierno anterior, los entendidos la habrían despedazado
inmediatamente. Es curioso que en un gobierno supuestamente técnico se hagan
este tipo de tonterías. ¿Piñericosas?
En
los planes diferenciados de salud de las Isapres se confunde, a mi entender, un
síntoma (a solucionar, por supuesto) con la causa del problema. Y por lo tanto,
las soluciones propuestas son malitas. Marketeras, pero malitas.
Las
Isapres son un invento sin mucha racionalidad económica. Pagamos una cuota
mensual por un plan de salud, que es función de los ingresos de la persona, lo
que de partida tiene muy poco (o nada) que ver con la función de costos del
servicio. Una segunda distorsión en la oferta del producto es que a un mismo
nivel de ingresos, las personas acceden a planes diferentes –y aquí la
discriminación por sexo, entre otras variables- según la tabla de factores que
usan las Isapres para fijar el precio de sus planes.
Por
su parte, es en la demanda del “producto salud” donde, quiéralo o no, hay
diferencias en el uso esperado del servicio entre hombres y mujeres, entre
jóvenes y ancianos. Es decir, es más bien la demanda y no la oferta, la que
verdaderamente depende de variables como sexo y edad.
¿Sugiere
lo anterior que el precio a pagar dependa de variables como sexo y edad? No
necesariamente. Salvo especialidades médicas que enfrenten curvas de demandas
propias, “separadas” o “independientes” del resto, el precio de una consulta de
salud “estándar” no debería depender mucho de la frecuencia con que la persona
va al doctor, y en ese sentido, no habría que cobrar diferenciado a una mujer o
a un anciano. Si un anciano va al doctor más seguido que un joven, por cierto
que su desembolso total será mayor, pero en total (mensual) y no en el costo
medio por unidad de servicio.
¿Y
qué monos pintan las Isapres? Las Isapres, si sirven de algo, deberían operar
como un eficiente seguro de salud. Se podría argumentar que si hacemos una
analogía con los seguros de los autos, resulta lógico cobrar más al conductor
imprudente, que tiene asociada una mayor probabilidad de siniestro; entonces,
también resultaría lógico que un seguro de salud discrimine por tipos de
usuarios. Sin embargo, en el caso actual
de las Isapres, el precio del servicio no depende del “comportamiento” de cada
persona, sino más bien, de su condición ex ante. En el caso de la salud, la ley
de los grandes números se aplicaría a las probabilidades de uso del servicio
que distintos perfiles de personas tienen asociados. Las estadísticas deberían
ser bastante certeras en asignar estas probabilidades. Entonces, lo que sí se
sabría es el uso esperado que cada persona tendría de las distintas atenciones
de salud, pero sin impactar necesariamente el precio unitario de una consulta.
Eventualmente, un enfermo (anciano, mujer u hombre) que usa con alta frecuencia el servicio de salud no podría pagar el P*Q total. Como una medida de equidad, se debería hincar el diente en aliviar la carga de este desembolso en el presupuesto familiar. Un razonamiento similar podría aplicarse a los remedios. Aquí está el rol del Estado, a través de subsidios, de asegurar una cobertura mínima de atención.
Lo
que se pretende hacer actualmente se parece más a un impuesto encubierto que
busca parchar deficiencias de fondo de un sistema que va a seguir funcionando
como las berenjenas. Convengamos, eso sí, que las soluciones de mercado no
necesariamente solucionan un problema demográfico. Pero si vamos a optar por
ellas, partamos por eliminar todas las imperfecciones en este mercado y
apuntemos a más competencia, transparencia y correctos precios de
transferencias, y ataquemos las barreras de entrada, participaciones cruzadas e
integraciones verticales.
Mientras
tanto, en el salón de la fama, más de lo mismo: se cree que lo que hay funciona
más o menos bien y solo hay que hacer algunos ajustes, en vez de plantearse
reformas profundas a la vieja industria. Pero corren otros tiempos. Con el apabullante
cambio tecnológico y las nuevas formas de trabajo y de vida en general, capaz
que en pocos años las Isapres estén de más y lleguen a ser un penoso recuerdo
de una solución de mercado mal implementada que resultó en una transferencia
unilateral de utilidades, en cómodas cuotas mensuales. Ni el lobby de grupos de
interés podrá parar eso.
Iván
Rojas B.
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