Salió elegido como uno de los 100
jóvenes líderes en Chile en la edición 2003. Su declaración ante un
hiperventilado fiscal de alta complejidad comenzó señalando que era ingeniero
comercial de la PUC, carrera a la cual ingresó con el mejor puntaje de
selección y se graduó con el más alto promedio; posteriormente señaló que tenía
un magíster en economía financiera de la PUC, donde se graduó con el premio
excelencia académica. Finalmente, remataba que estudió en Harvard y se graduó
con distinción. Para no dar nombres por ahora, lo llamaremos el señor NN.
Luego de tal floreada introducción,
señaló que como gerente general de la sociedad investigada, debía hacerse cargo
de una importante cartera de inversiones: acciones, bonos, derivados y otros,
en una diversidad de mercados e industrias, a nivel nacional e internacional.
Entre sus responsabilidades estaba dirigir un equipo de entre 3 y 5 personas,
tomar las decisiones de inversión y verificar la implementación de éstas. En el
año investigado rendía cuenta directamente a quién poco tiempo después sería el
Gran Hermano. Fue muy enfático en señalar que el gerente de administración y finanzas
no dependía jerárquicamente de él (gerente general), cuestión esencial, como
veremos más adelante, en la elección de quien sería el chivo expiatorio de esta
historia.
Como previamente se sabía tanto
el motivo de la cita con el fiscal figurín, como las ganas que tenía este
último de agarrar a su jefe (y anotarse el logro más alto de su carrera), había
que preparar las respuestas y, en consecuencia, la conveniente puesta en escena
que se iba a hacer no podía dejar cabos sueltos. Lo más importante, había que establecer
el control de daños. ¿Dónde encontrar al responsable de todo? Estaba aquí
mismo, en Santiago. No es nada personal, solo negocios.
En relación a un contrato que el
fiscal le exhibió, el señor NN, acompañado del abogado de confianza de su jefe,
ni se arrugó en mentir. Dijo que, de acuerdo a la información que él había
recabado, el contrato era legítimo y correspondía a una operación de cobertura
cambiaria. Lo lavó con más de una decena de operaciones similares
–supuestamente verdaderas- con otras instituciones financieras. Señaló que, en
todo caso, sin dejar lugar a ninguna duda, la decisión no fue de él, sino que
de un ejecutivo que trabajaba con él en el mismo edificio de Santiago de Chile,
pero que era autónomo en sus actos y que jerárquicamente no le reportaba. Para
hacer más creíble la historia, el señor NN dijo que estaban probando a la
sociedad contraparte del citado contrato, y que aunque esta operación le trajo
una utilidad de “alrededor de $49 millones de pesos” ($49.950.000 para ser
exactos), el atraso de 5 días en el pago hizo que tomaran la decisión de no
seguir operando con dicha sociedad. La patudez no tiene límites. Ese fue un
golpe cruel y gratuito, lleno de ingratitud. En la jerga popular eso tiene otro
nombre. Finalmente, recalcó que los recursos de esta utilidad fueron destinados
a inversiones y no a campañas políticas.
La historia fue similar a un
escrito que el señor NN había enviado previamente al mismísimo subdirector
jurídico del SII. Ningún paso en falso. Todo debía ser coherente. Es que el
señor NN no tiene un pelo de tonto.
El señor NN se salvó de ser
formalizado. Se salvó de la exposición pública y del juicio social anticipado. Y
lo más importante, le salvó el pellejo a su jefe, otro pillín de Harvard, del
cual nadie se atrevería a dudar jamás de su honorabilidad. Quedaron libres de
polvo y paja. Seguramente se ganó sus felicitaciones por su valorada obediencia
y lealtad.
Esta historia, hasta ahora, ha
quedado como una posverdad. El daño colateral del noble mentiroso de Harvard no
solo fue hacia su propio compañero de trabajo; también hay terceros tanto o más
afectados. Pero el señor NN es un hombre honorable, como son todos ellos,
hombres todos honorables.
Él y su jefe se rieron de las
instituciones, de su colaborador y de quienes le sirvieron de contraparte. Ni
siquiera se dignaron en pedir disculpas. Pero con la misma cara llena de risa
deberán ir a Pedro Montt a declarar ante tres jueces, ojalá ciegos. Deberán
prepararse para responder a la prensa también. Como dice el refrán, “el que
explica, se complica”, aunque vaya pauteado.
Es cierto que esta historia es
bastante atípica para una columna. No se trata de un ataque; se trata de
revelar hechos que hasta ahora pasaron jabonados por la Fiscalía y cuya “estrategia”
de manejo deja en evidencia lo repudiable que puede llegar a ser cierta clase
de personas, por muy galardonados laureles que ostenten. No importan los daños
a terceros. Lamentablemente esta historia no es una distopía. Pero como dijo
Marco Antonio en su discurso ante el cadáver de César (Shakespeare), “El mal
que hacen los hombres perdura sobre su memoria”.
Iván Rojas B.
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