21 de mayo de 1879. La Esmeralda logró resistir por más de tres horas el ataque del poderoso Huáscar. Tras recibir el tercer espolonazo, la suerte de la nave chilena ya estaba decidida. Digno de elogio para una corbeta de madera de sólo 200 caballos de fuerza que había sido botada en 1854.
Al iniciar el combate, la tripulación de la Esmeralda era de 198 hombres. Al finalizar habían muerto 141. Se dice que la cubierta de la nave presentaba el aspecto de un matadero y la sangre formaba charcos que se mecían con los vaivenes de las olas.
Es necesario reconocer que ciertos personajes históricos tomaron un papel clave en el desarrollo de algunos acontecimientos que indiscutiblemente pusieron un punto de viraje en el destino del país. En el caso específico del 21 de mayo, la ganancia inmaterial que trajo la pérdida material y de vidas humanas en dicha batalla se recuerda hasta el presente. Incluso algunos autores han señalado que paradójicamente dicha derrota definió la guerra del Pacífico, producto de su potente efecto motivacional.
Parece que la religión del nacionalismo demanda comprar con sangre de sus “santos” la valentía, lealtad, honor, disciplina y coraje. Santos que, para el bando contrario, a veces llegan a ser “demonios”, pero que de ninguna manera existirían para un ciudadano mundial. Al final, ¿qué es mejor, vivir (y morir) para la humanidad, o morir por un país?
Al iniciar el combate, la tripulación de la Esmeralda era de 198 hombres. Al finalizar habían muerto 141. Se dice que la cubierta de la nave presentaba el aspecto de un matadero y la sangre formaba charcos que se mecían con los vaivenes de las olas.
Es necesario reconocer que ciertos personajes históricos tomaron un papel clave en el desarrollo de algunos acontecimientos que indiscutiblemente pusieron un punto de viraje en el destino del país. En el caso específico del 21 de mayo, la ganancia inmaterial que trajo la pérdida material y de vidas humanas en dicha batalla se recuerda hasta el presente. Incluso algunos autores han señalado que paradójicamente dicha derrota definió la guerra del Pacífico, producto de su potente efecto motivacional.
Parece que la religión del nacionalismo demanda comprar con sangre de sus “santos” la valentía, lealtad, honor, disciplina y coraje. Santos que, para el bando contrario, a veces llegan a ser “demonios”, pero que de ninguna manera existirían para un ciudadano mundial. Al final, ¿qué es mejor, vivir (y morir) para la humanidad, o morir por un país?
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