jueves, 22 de octubre de 2009

Becas Chile, ¿sólo mayor transparencia?


En el reciente escándalo de asignación de becas para estudios en el extranjero, la palabra transparencia ha sido el mínimo común denominador en los análisis realizados para mejorar el proceso. Entre otras cosas, ayudaría a disminuir la discrecionalidad y, en cierta medida, “estandarizaría” criterios de selección, especialmente los subjetivos, de tal forma que los puntajes otorgados sean de público acceso y comparables unos con otros. Así, aumentaría la probabilidad de que una persona que verdaderamente tiene méritos se gane tal galardón.

¿Quién puede oponerse a implementar más transparencia? ¡Nadie! Es como la competencia. Sin embargo, algo impide que sigamos avanzando.

Pero el tema de las becas no solo se reduce a mejorar el proceso. Porque como los recursos son siempre escasos y su uso debiera ser eficiente, especialmente cuando se trata de dinero de todos los chilenos, es útil preguntarse si la rentabilidad social de dicha inversión es la más alta posible de obtener en el ámbito de la educación.

Las dos principales herramientas para ascender en la escala social son el empleo (derivado principalmente por un mayor crecimiento económico) y, en un plazo mayor, la educación. Según la encuesta Casen 2006, el ingreso promedio mensual de una persona con enseñanza media completa es de $245.000. Si estudia 4 años más, éste se duplica; si estudia 5 años más, éste llega a $800.000. Por lo tanto, la focalización del gasto es esencial para que de manera autónoma, y no vía subsidios del Estado, en el mediano plazo los más pobres dejen de serlo.
Aunque hoy también existen programas para la educación superior (35.000 becas para estudios técnicos superiores este año, orientadas al 60% más pobre de la población), las cifras envueltas dan para pensar. Si consideramos que una carrera técnica de 3 ó 4 años y una carrera universitaria de 5 ó 6 años tienen un costo anual en torno a $820.000 y $1.500.000, respectivamente, una beca de postgrado que daba Mideplan equivaldría a unas 8 carreras técnicas o a 3 carreras universitarias completas; una beca Conicyt para magíster equivaldría a por lo menos unas 12 carreras técnicas o a 5 carreras universitarias completas; y una beca Conicyt para doctorado equivaldría a por lo menos unas 25 carreras técnicas o a 9 carreras universitarias completas. La comparación es especialmente válida cuando muchas de estas becas de postgrado no se la ganan alumnos top, el destino no es a universidades top y/o las áreas de perfeccionamiento son tal que prácticamente el único beneficiado es la persona capacitada. A modo de ejemplo, ¿cuál es la rentabilidad social de una beca para estudiar filosofía versus ingeniería? De 300 becas Mideplan entregadas el año 2007, 12 fueron a ingeniería y tecnología, mientras que 48 a humanidades.
Por supuesto que no se quiere decir que no existan ayudas para perfeccionarse en el exterior. ¿Pero deben ser necesariamente becas a estas personas que van a formar parte (o ya lo son) del decil más rico de la población? Más eficiente sería en muchos de estos casos dar créditos ultra blandos que fomenten la inversión en capital humano, con los años de gracia respectivos, y pagaderos, por ejemplo, dentro de la declaración anual de renta, a fin de disminuir el riesgo.

Ordenar los proyectos según su rentabilidad social y mejorar la transparencia. Pecking Order, diría un gringo.

lunes, 5 de octubre de 2009

Debate y reformas al sistema financiero


¿Qué reformas haría usted al sistema financiero para lograr mayor justicia, equilibrio y equidad? La pregunta, realizada en el debate presidencial, fue precedida de una ácida crítica a los bancos, resaltando la falta de acceso al crédito y los altos intereses y comisiones, y el contraste de las utilidades bancarias versus las ganancias de los depositantes.

Una oportunidad de oro para que en un minuto los candidatos se lucieran y marcaran diferencias. Las respuestas: crear un Sernac financiero, para que los bancos “no cometan tantos abusos que muchas veces quedan totalmente impunes”; “más Estado, no más mercado”; “el sistema financiero se sirve a sí mismo y no para apoyar el sistema productivo”; “tasas absurdas, que no existen en ningún otro país”.

La mala noticia es que la palabra clave no se oyó: competencia, concepto que por sí solo debería ser el eje de las reformas en el citado mercado —y también en otros—. Un plan de gobierno en sí mismo. Sin competencia real, nuestro país seguirá siendo el eterno candidato al club de países desarrollados.

La buena noticia es que la falta de competencia bancaria pasó a ser tema de interés nacional. Y en esta pasada los bancos quedaron muy mal parados. Cada vez se hace más común relacionar las palabras abuso, cobros excesivos y usura con las abultadas utilidades de esta industria.

Las instituciones financieras, bancarias y no bancarias, deberían tomar nota de esto... y también las entidades reguladoras, porque con más competencia las rentabilidades anormales en la banca –esas mismas que a la super de bancos le producen ingenuo orgullo- desaparecerían rápido. Las nuevas tecnologías de producción de este siglo así lo prueban. Destrucción creativa, diría Schumpeter.

No se sorprenda cuando reciba un e-mail con una oferta de crédito de Google Bank. Si no me cree, lea “The power of mobile money” (The Economist, 24 de septiembre de 2009).