domingo, 23 de agosto de 2020

¿Son caras las AFP, después de 39 años de existencia? Sí

https://www.elmostrador.cl/destacado/2020/08/23/son-caras-las-afp-despues-de-39-anos-de-existencia-si/


Una variable clave en todo mercado es el precio. En el caso del sistema de pensiones, no solo resulta necesario conocer cuál ha sido el impacto real de las comisiones en la rentabilidad y en el fondo acumulado del afiliado, sino también obligatorio, toda vez que se quiere discutir una reforma. Al tratarse de un tema matemático, no debería haber tanto problema; sin embargo, hay que reconocer que ha existido mucha creatividad en la presentación de los números por parte de los defensores dogmáticos del sistema.


Cito ejemplos:

  •          Comencemos con uno burdo, para novatos: “Las comisiones son un porcentaje bajo del sueldo, digamos un 1%”. No toman en cuenta, a lo menos, que lo relevante es el porcentaje que la comisión representa del monto total que se descuenta para la futura pensión, por lo tanto, el mismo 1% del sueldo equivale a un 9,1% del monto descontado.
  •          Un ejemplo un poco más elaborado: “La comisión se cobra una vez y nunca más, sólo en el momento que ocurre el descuento, después la administración es gratis”.
  •         Otro más creativo: “La comisión como porcentaje del monto administrado es decreciente en el tiempo, llegando a ser un porcentaje muy mínimo, inferior a lo que cobran otras inversiones alternativas”. Este argumento, que relaciona un flujo versus un stock creciente, está más ingenioso y ha atrapado a muchos economistas. Normalmente se muestra un gráfico para generar mayor impacto.
  •       Otro más, que complementa cualquiera de los anteriores: “El sistema ha sido exitoso: del fondo acumulado, por cada $1 que puso el afiliado, hay $3 que corresponden a la rentabilidad obtenida por la AFP”. Esta evidencia deja en jaque a cualquiera que esté volando bajo.

La cuestión es: ¿habrá algún indicador que domine al resto, que sea de única interpretación respecto del costo efectivo que para el afiliado tiene la administración de sus fondos,  y que no esté sujeto al sesgo o ignorancia del comentarista de turno? La buena noticia es sí, existe. A 39 años de la puesta en marcha del sistema, es bueno salir definitivamente de las dudas.

Para determinar si las comisiones cobradas por la AFP son caras o baratas en relación a algún parámetro de comparación, se debe considerar en el análisis la rentabilidad del fondo de inversión.

Los defensores del modelo se han jactado por años que el sistema de AFP ha entregado retornos extraordinarios. ¿Qué indica la evidencia? Para el caso más optimista de una persona que ha cotizado 39 años sin lagunas previsionales, entre un 75 y un 77% de su fondo acumulado final correspondería a la rentabilidad que la AFP generó con sus aportes. Es decir, por cada $1 que aportó el afiliado, la AFP generó entre $3 y $3,78.

 


 Un éxito por donde se le mire, se podría decir. Pero calma; ese no es el cuento completo. Esa es la rentabilidad bruta de la inversión. Ahora entran al baile las comisiones.

¿Será relevante el efecto de las comisiones en la rentabilidad final para el afiliado?

La única herramienta matemática-financiera que domina a cualquier otro creativo indicador es la Tasa Interna de Retorno (TIR) implícita en los Flujos de Caja FINALES para el afiliado. Cada mes, el afiliado destina el 10% de su remuneración más la comisión cobrada por la AFP, a cambio de un fondo acumulado al final de su vida laboral, del cual dependerá su pensión. La tasa que iguala el valor futuro de los desembolsos mensuales (ahorro más comisiones), con el fondo acumulado, es la rentabilidad relevante para él. La CMF, lamentablemente, no exige a las AFP que informen esta TIR; y las AFP, convenientemente le hacen caso.

Hagamos el cálculo con el historial de 39 años, desde la creación del sistema (1981), luego las 5 opciones que se crearon con los multifondos (2002), hasta junio 2020. El siguiente cuadro resume los retornos de la inversión (brutos) y la rentabilidad final que para el afiliado (TIR, deducidas las comisiones). No se decepcione.


Para el período 1981-2020, las AFP “se comieron” 1/3 del retorno bruto vía comisiones. El afiliado pagó entre UF+2,61% anual y UF+2,87% anual por la administración de sus fondos. Nótese que estamos considerando el caso de una persona que cotizó ininterrumpidamente por 39 años, por lo tanto, la realidad es aún peor, es decir, el retorno neto de comisiones es más bajo (lo que equivale decir que el costo relativo es más alto).

Informar sólo la rentabilidad bruta, como ocurre hoy, es entregar información parcial. ¿Pagaría usted 1/3 o más de su ganancia al administrador de su fondo de inversión?

Los porfiados de siempre puede que den otro argumento: “La función de las AFP no es sólo invertir, existe una serie de tantas otras tareas que las AFP deben hacer, tales como recaudación, cobranza judicial, administración y pagos de beneficios, sucursales, gestión comercial, etcétera. Tareas todas que deben ser financiadas”. Es cierto, pero si las comisiones sirven para financiar estas otras actividades (argumento totalmente discutible y que da para otro apartado, ya que son productos distintos), con mayor razón, entonces, deben ser deducidas de la rentabilidad bruta.

A la luz de la evidencia, ¿no resulta caro el sistema, especialmente cuando sabemos que una AFP no se puede diferenciar del resto, ya sea por la camisa de fuerza que impone la legislación o porque no está claro que posea una capacidad superior de análisis y market timing, y que, en equilibrio, su rol es prácticamente nulo en la obtención de rentabilidades anormales, más allá de las que explica el riesgo asumido?

Para los que aún consideran que las comisiones no son relevantes, un último cálculo. Si las comisiones se hubiesen reinvertido, ganando el mismo retorno del ahorro, al final de 39 años, el fondo acumulado sería, en promedio, un 31% superior. ¿Insignificantes comisiones?

 


Finalmente, la comparación con otras alternativas de ahorro, en mi opinión, también es limitada, toda vez que se trata muchas veces de propósitos, riesgos y horizontes de inversión distintos.  Por su parte, para comparar con otros sistemas de pensiones, que pueden presentar estructuras de cobros diferentes, se debe comparar la TIR final del afiliado. Este es el único indicador universal que al considerar tanto la rentabilidad del fondo como las comisiones permite entregar información exacta y hacer comparaciones correctas.

En conclusión, la rentabilidad bruta ha sido uno de los pilares en los que se han centrado las fortalezas del sistema de pensiones. Pero lo que más interesa conocer es la rentabilidad final para el afiliado, la cual brilla por su ausencia. La evidencia después de casi 40 años demuestra que las AFP absorbieron a lo menos 1/3 del retorno bruto vía comisiones.

 

 Iván Rojas Bravo

miércoles, 5 de agosto de 2020

¿Debe ser obligatorio el sistema de capitalización individual? No



Para defender la obligatoriedad del ahorro mediante el sistema capitalización individual, los liberales defensores del modelo plantean que si bien este método coarta la libertad individual, resulta del todo necesario, porque dado que en la práctica no existe la posibilidad real de una libertad plena (donde las personas tendrían que resolver por sí solas el problema de las pensiones, con cero intervención estatal en esta materia), se asume que la capitalización individual resguarda mejor las libertades particulares versus un sistema de reparto, porque respeta la propiedad y dignidad de las personas al asignar esa cuota de responsabilidad individual por su futura pensión, evitando al mismo tiempo que el Estado confisque los fondos con un sistema de reparto.
Si le creemos a Milton Friedman -dicen los liberales-, existen soluciones ideales, pero también soluciones realistas que se acercan a las ideales; el sistema de capitalización individual sería una de estas soluciones realistas aplicada a las pensiones. Una especie de liberalismo “en la medida de lo posible”. Un acomodo de un sistema obligatorio a la libertad que se predica.
En esta, llamémosla así, paradoja de la libertad mediante obligatoriedad, no se considera que una cosa es la obligatoriedad y otra cosa es el sistema de capitalización. Hoy estos conceptos están tan unidos que se cree que uno es parte del otro.
Consideremos lo siguiente:
La pensión básica solidaria (pbs) es un beneficio del Estado para las personas que no han podido obtener una pensión generada “por su propio esfuerzo”. El caso tradicional es que acceden a ella aquellos que tienen cero ahorro, o no lograron acumular en su cuenta de capitalización individual un fondo tal que les permita optar a una renta vitalicia, o cuyo retiro programado se acaba al poco tiempo de pensionarse.
Analicemos tres casos bastante comunes:
·         Caso 1: Pedro acumuló $5 millones en toda su vida laboral, caracterizada por grandes lagunas previsionales producto de desempleo y trabajo informal. No puede optar a una renta vitalicia (ninguna compañía de seguros “lo va pescar”; no es negocio ofrecerle una renta vitalicia mayor que la pbs, por tan poca plata). El camino que le queda, en consecuencia, es un retiro programado en el cual se puede igualar el monto del retiro al monto de una pbs. Los $5 millones le van a durar poco tiempo. ¿Qué hará Pedro cuando se le acabe la plata? La AFP dejará de pagarle, y Pedro puede optar a la pbs (supongamos que reúne los requisitos). Los flujos de caja de Pedro son: ahorró (desembolsó) $X durante toda su vida laboral, los cuales junto a la rentabilidad obtenida por la AFP, le permitieron acumular $5 millones; a cambio obtuvo a favor ingresos mensuales por un monto equivalente a la pbs, pagados por la AFP mientras tenía saldo, y después, recibió ingresos correspondientes a la pbs propiamente tal, pagados por el Estado.

·         Caso 2: Juan acumuló $20 millones en toda su vida laboral (tuvo menos lagunas previsionales que Pedro y empleos un poco mejores). Pero tampoco puede optar a una renta vitalicia, porque también es un cliente poco atractivo para las compañías de seguros; los $20 millones  acumulados no compensan ofrecer una renta vitalicia mayor que la pbs. Al igual que Pedro, debe elegir (nótese el contrasentido a propósito) un retiro programado el cual puede ser ajustado al monto de la pbs. Los $20 millones le van a durar un poco más que Pedro. Sin embargo, también llegará el día en que se le acabará la plata y la AFP dejará de pagarle. Al igual que Pedro, Juan puede optar a la pbs (supongamos que reúne los requisitos). Los flujos de caja de Juan son: ahorró (desembolsó) $Y durante toda su vida laboral, los cuales junto a la rentabilidad del fondo administrado por la AFP, le permitieron acumular $20 millones; a cambio obtuvo a favor ingresos por un monto equivalente a la pbs, pagados por la AFP mientras tenía saldo, y después, ingresos correspondientes a la pbs propiamente tal, pagados por el Estado.

·         Caso 3: Diego acumuló sólo $100.000 en toda su vida laboral, es decir, prácticamente no cotizó. Postuló y obtuvo la pbs.

Como vemos, tanto Pedro, Juan y Diego obtuvieron el mismo resultado, pero con ahorros distintos: Juan ahorró más que Pedro, y Pedro más que Diego. Estos tres casos, bastante comunes, nos demuestran que es posible que ahorros diferentes durante la vida laboral –léase esfuerzos diferentes- resulten en exactamente los mismos flujos de pensiones para ciertas personas, producto del pilar solidario como garante del Estado. Esta es una oscura realidad, pero no debido a lo “injusto” que podría ser el pilar solidario (no es ese el propósito de esta columna), sino porque para el Estado, la situación no le es indiferente: no desembolsa lo mismo en cada caso.
Por paradójico que parezca, dos conclusiones hasta ahora:
·         Conclusión 1: el sistema de capitalización fue una ayuda para el propio Estado, el cual, gracias a los ahorros de personas que acumularon poco -pero acumularon algo-, se evita un desembolso fiscal mayor.
·         Conclusión 2: si el pilar solidario es una especie de mínimo garantizado, la obligatoriedad favorece más al Estado que a los afiliados que acumulan poco, los cuales reciben lo mismo, independiente de lo ahorrado.
Nuestra realidad es que las pensiones, incluyendo el aporte solidario, rondan los $259 mil en promedio ($320 mil en hombres y $192 mil en mujeres), debido a que, por razones diversas y exógenas al modelo, cotizan menos de la mitad de la vida laboral (mujeres cotizan en promedio 15,7 años y los hombres 19,7 años). Es decir, los promedios se mueven en aquella zona en la cual las personas alcanzan a acumular muy poco, y no les permite por sí mismas obtener una pensión significativamente superior a la pbs.
·         Conclusión 3: si se considera que la pbs es una especie de un “mínimo asegurado”, para el afiliado no fue tan buen negocio haber ahorrado 15 ó 20 años efectivos para obtener un bajo monto adicional en exceso a la pbs. El sistema es muy poco atractivo para los que ahorran poco (TIR relevante de flujos de caja).
En nuestros ejemplos, la situación sería radicalmente distinta si los $5 millones acumulados por Pedro y los $20 millones acumulados por Juan, fuesen en su totalidad a complementar una pbs asignada a cada uno. Diego (que no ahorró) recibiría la pbs, Pedro recibiría una pensión algo mayor que la pbs y Juan recibiría una pensión mayor que la de Pedro (porque ambas estarían en función de su aporte). Pero esto no es lo que ocurre hoy.
·         Conclusión 4: incluso si se ahorra poco, la ciudadanía le asignaría mayor valor al sistema de capitalización individual si la totalidad del fondo acumulado fuese a incrementar la pensión mínima. Ésta sería la verdadera característica que resguarda el derecho de propiedad y dignidad de las personas al asignar esa cuota de responsabilidad individual por su futura pensión.
¿Qué tiene que ver todo lo anterior con la paradoja de la libertad mediante obligatoriedad?
Las cuatro conclusiones nos llevan a deducir que es innecesaria la obligatoriedad para garantizar el respeto a la propiedad individual. Y si es innecesario que el sistema de capitalización individual sea obligatorio, también es innecesario impedir que la persona retire fondos cuando lo desee.
Es cierto que una propuesta como la señalada aquí tiene un mayor costo para el Estado. Pero conviene reflexionar que la discusión sobre la pensión “digna” es inevitable, y en ese contexto, la sombra de la muerte acecha al sistema de capitalización individual. Así que hasta quizás hablemos de costo hundido. La verdadera libertad será necesaria, dará legitimidad, permitirá que el sistema de capitalización individual sobreviva en el marco de un sistema mixto, y ahuyentará al fantasma del sistema de reparto.
Pero si los liberales de papel no toman conciencia del paso que hay que dar y siguen con su soberbia, estamos fritos. El propio Milton los reprobaría.  Y si siguen aferrándose sólo a defender el sistema sin considerar cambios reales, capaz que la paradoja sea la libertad en manos de los estatistas.


Iván Rojas B.