martes, 20 de noviembre de 2007

La intolerancia de la tolerancia


En los últimos años se ha hecho común en nuestro país la lucha de grupos discriminados por la sociedad en orden a que sean escuchados y tratados de igual forma que la mayoría. Probablemente acompañada con el cambio de siglo, esta silenciosa revolución se torna cada vez más fuerte, siendo ahora normal ver desfiles, salidas del clóset, columnas y discursos, entre otros, exigiendo sus olvidados derechos en una sociedad más “civilizada”.

Principio correcto, que ni el más osado pondría en duda. La discriminación, en cualquiera de sus formas, es aborrecible.

Pero una cosa es no discriminar y otra muy distinta es que necesariamente se deba aceptar algún patrón de conducta. La delgada línea que separa ambos terrenos es más difícil de apreciar cuando especialmente los medios nos señalan implícitamente que ahora resulta que lo malo es bueno y lo bueno es anticuado.

La intolerancia de la tolerancia ocurre precisamente cuando la mayoría debe tratar con guante blanco al resto. Y si esto no ocurre, paradójicamente, aquéllos se exponen a ser lapidados por los segundos e incluso por sus pares, a pesar de no discriminar y aceptar la esencia de la persona, pero no sus actos. A veces se olvida que la libertad tiene límites.

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