martes, 18 de diciembre de 2018

El Mentiroso de Harvard


Salió elegido como uno de los 100 jóvenes líderes en Chile en la edición 2003. Su declaración ante un hiperventilado fiscal de alta complejidad comenzó señalando que era ingeniero comercial de la PUC, carrera a la cual ingresó con el mejor puntaje de selección y se graduó con el más alto promedio; posteriormente señaló que tenía un magíster en economía financiera de la PUC, donde se graduó con el premio excelencia académica. Finalmente, remataba que estudió en Harvard y se graduó con distinción. Para no dar nombres por ahora, lo llamaremos el señor NN.

Luego de tal floreada introducción, señaló que como gerente general de la sociedad investigada, debía hacerse cargo de una importante cartera de inversiones: acciones, bonos, derivados y otros, en una diversidad de mercados e industrias, a nivel nacional e internacional. Entre sus responsabilidades estaba dirigir un equipo de entre 3 y 5 personas, tomar las decisiones de inversión y verificar la implementación de éstas. En el año investigado rendía cuenta directamente a quién poco tiempo después sería el Gran Hermano. Fue muy enfático en señalar que el gerente de administración y finanzas no dependía jerárquicamente de él (gerente general), cuestión esencial, como veremos más adelante, en la elección de quien sería el chivo expiatorio de esta historia.

Como previamente se sabía tanto el motivo de la cita con el fiscal figurín, como las ganas que tenía este último de agarrar a su jefe (y anotarse el logro más alto de su carrera), había que preparar las respuestas y, en consecuencia, la conveniente puesta en escena que se iba a hacer no podía dejar cabos sueltos. Lo más importante, había que establecer el control de daños. ¿Dónde encontrar al responsable de todo? Estaba aquí mismo, en Santiago. No es nada personal, solo negocios.

En relación a un contrato que el fiscal le exhibió, el señor NN, acompañado del abogado de confianza de su jefe, ni se arrugó en mentir. Dijo que, de acuerdo a la información que él había recabado, el contrato era legítimo y correspondía a una operación de cobertura cambiaria. Lo lavó con más de una decena de operaciones similares –supuestamente verdaderas- con otras instituciones financieras. Señaló que, en todo caso, sin dejar lugar a ninguna duda, la decisión no fue de él, sino que de un ejecutivo que trabajaba con él en el mismo edificio de Santiago de Chile, pero que era autónomo en sus actos y que jerárquicamente no le reportaba. Para hacer más creíble la historia, el señor NN dijo que estaban probando a la sociedad contraparte del citado contrato, y que aunque esta operación le trajo una utilidad de “alrededor de $49 millones de pesos” ($49.950.000 para ser exactos), el atraso de 5 días en el pago hizo que tomaran la decisión de no seguir operando con dicha sociedad. La patudez no tiene límites. Ese fue un golpe cruel y gratuito, lleno de ingratitud. En la jerga popular eso tiene otro nombre. Finalmente, recalcó que los recursos de esta utilidad fueron destinados a inversiones y no a campañas políticas.

La historia fue similar a un escrito que el señor NN había enviado previamente al mismísimo subdirector jurídico del SII. Ningún paso en falso. Todo debía ser coherente. Es que el señor NN no tiene un pelo de tonto.

El señor NN se salvó de ser formalizado. Se salvó de la exposición pública y del juicio social anticipado. Y lo más importante, le salvó el pellejo a su jefe, otro pillín de Harvard, del cual nadie se atrevería a dudar jamás de su honorabilidad. Quedaron libres de polvo y paja. Seguramente se ganó sus felicitaciones por su valorada obediencia y lealtad.

Esta historia, hasta ahora, ha quedado como una posverdad. El daño colateral del noble mentiroso de Harvard no solo fue hacia su propio compañero de trabajo; también hay terceros tanto o más afectados. Pero el señor NN es un hombre honorable, como son todos ellos, hombres todos honorables.

Él y su jefe se rieron de las instituciones, de su colaborador y de quienes le sirvieron de contraparte. Ni siquiera se dignaron en pedir disculpas. Pero con la misma cara llena de risa deberán ir a Pedro Montt a declarar ante tres jueces, ojalá ciegos. Deberán prepararse para responder a la prensa también. Como dice el refrán, “el que explica, se complica”, aunque vaya pauteado.

Es cierto que esta historia es bastante atípica para una columna. No se trata de un ataque; se trata de revelar hechos que hasta ahora pasaron jabonados por la Fiscalía y cuya “estrategia” de manejo deja en evidencia lo repudiable que puede llegar a ser cierta clase de personas, por muy galardonados laureles que ostenten. No importan los daños a terceros. Lamentablemente esta historia no es una distopía. Pero como dijo Marco Antonio en su discurso ante el cadáver de César (Shakespeare), “El mal que hacen los hombres perdura sobre su memoria”. 


Iván Rojas B.

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