jueves, 3 de julio de 2008

Amaterasu


Hace muchos años atrás, el dios Izanagi se lavó su ojo izquierdo, y así nació la diosa Amaterasu, la diosa del sol. Posteriormente, Susanowo, el dios de los mares extensos, asustó a Amaterasu. Ella se escondió en una cueva rocosa del cielo, cerró la entrada con un peñón, y el mundo quedó sumido en una densa oscuridad.

Los dioses idearon un plan para que Amaterasu saliera de su cueva. Juntaron gallos que con su canto anunciaban cada mañana e hicieron un espejo grande. Entonces la diosa Ama no Uzume empezó a bailar. En su danza desenfrenada se quitó la ropa y los dioses se echaron a reír. Amaterasu sintió mucha curiosidad por toda esa actividad en el exterior, así que se asomó a la entrada de la cueva y ahí se miró en el gran espejo. El reflejo la hizo salir totalmente de la cueva e inmediatamente el dios de la fuerza la tomó firmemente de la mano. “Una vez más el mundo se iluminó con los rayos de la diosa-Sol” (New Larousse Encyclopedia of Mythology). ¿Simple mitología? El emperador Hiro-Hito fue adorado como descendiente de Amaterasu.

Cuando los mongoles atacaron Japón en el siglo XIII, surgió la creencia en el kamikaze (viento divino). Los mongoles atacaron la isla de Kyushu dos veces. A pesar de estar equipados con grandes flotas, fracasaron producto de las fuertes tormentas del lugar. Los japoneses atribuyeron aquellas tormentas o vientos (kaze) a sus dioses (kami). Siete siglos después, toda la nación fue movilizada en la segunda guerra mundial. Muchos pensaban que habría kamikaze para ellos, pero no hubo viento divino. La tragedia de Hiroshima y Nagasaki hizo ver a Hiro-Hito como un simple mortal. La gente se sintió desilusionada y traicionada, comenta la Enciclopedia Nihon Shukyu Jiten.

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