sábado, 20 de octubre de 2007

El cartelito de la señora Enriqueta


Hace muchos años atrás, un kiosco de barrio tenía el siguiente cartelito: “aquí no se venden cigarrillos”. ¿La razón? la señora Enriqueta –la dueña– no quería fomentar este mal. No quería hacerse partícipe de ello en lo más mínimo. Su conciencia no se lo permitía. Si alguien quería contaminarse, que entonces comprara cigarrillos en otro lugar. Simple, claro y totalmente entendible.

La Seremi metropolitana acaba de multar con $33 millones a algunas cadenas de farmacias por no tener disponible la “píldora del día después”. La ministra de salud señaló que no hay ninguna razón para lo anterior, ya que el producto sí se encuentra disponible. "No pueden seguir negándose porque está en el formulario nacional de medicamentos, ellos tienen que tener el medicamento", señaló.

El punto en cuestión no es la disponibilidad o no del producto. Es, más bien, la obligatoriedad de venderlo aunque cada farmacia por conciencia, utilidad, o cualquier otra razón, no lo desee hacer.

El Estado apunta a que todas las personas tengan las distintas posibilidades para tomar sus propias decisiones. Un principio correcto, pero no por asegurar dicha libertad, debería pasar a llevar otra. A pesar de que existe una ley al respecto, muchas veces éstas pasan y prevalecen los principios.

La señora Enriqueta estaría indignada.

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